lunes, 14 de agosto de 2017

R.P. TRINCADO - SERMÓN DOMINGO X DESPUÉS DE PENTECOSTÉS








De dos tipos de católicos nos habla el Evangelio de hoy: el soberbio y el humilde; y de dos tipos de piedad: una orgullosa y la otra humilde; falsa la primera y verdadera la segunda.

La oración de fariseo es una mezcla de orgullo, autocomplacencia y desprecio de los demás. Aunque no tenga la intención de mentir, es falsa la oración del fariseo porque es orgullosa. No pide nada a Dios porque cree que no necesita nada. Sólo da gracias. Es por eso que los modernistas, hijos del orgullo y ciegos como el fariseo de la parábola, a la Misa le dicen Eucaristía, palabra que significa acción de gracias.

Dice San Pablo en 1 Cor (4,7): “¿qué cosa tienes que no la hayas recibido [de Dios]? Y si todo lo que tienes lo has recibido dé El, ¿de qué te jactas como si no lo hubieras recibido? Santa Teresa de Ávila decía que la humildad consiste en andar en la verdad." Exacto. La humildad se funda en esta gran verdad: todo lo bueno que tenemos procede de Dios. Según esto, cada uno de nosotros debe decir: nada es mío, a excepción de mis pecados; Dios quiere que reconozca que todo se lo debo a Él; Dios quiere que siempre le esté pidiendo los bienes que él me quiere dar; actúo neciamente si desprecio a los que parecen haber recibido menos de Dios.  

Siempre han existido fariseos y hoy están bien representados, por ejemplo, entre los sedevacantistas que afirman ser los únicos verdaderos católicos que quedan en el mundo y desprecian a los feligreses de las Parroquias, víctimas, en su inmensa mayoría, de los lobos modernistas. Dicen, como el fariseo de la parábola: te damos gracias, Señor, porque no somos como los demás hombres. Sólo nosotros somos tus elegidos, el remanente fiel, los que conformamos tu “pusillus grex” (pequeño rebaño)…


Hay que tener cuidado no sólo con el fariseísmo de ciertos grupos, sino también con el fariseo que hay dentro de nosotros y que intenta prevalecer. Conviene decirlo una vez más: el fariseísmo es la gran tentación de los tradicionalistas.

Pero dijo Nuestro Señor: "el que se eleva será rebajado y el que se rebaja será elevado" por Dios.

El demonio se elevó por el orgullo y fue rebajado hasta lo más profundo del infierno. Nuestros primeros padres, creyendo al diablo, aspiraron a unas alturas que no corresponden a los hombres sino sólo a Dios, y como resultado, cayeron en las densas oscuridades del pecado original, arrastrando consigo a toda la humanidad.

Al revés, el buen ladrón, por su grandísima humildad en el Calvario, fue elevado hasta el extremo de merecer entrar en el cielo antes que los Apóstoles. En fin, el mismo Dios Hijo, antes de ser exaltado por el Padre, se rebajó a la condición de hombre mortal; se anonadó, como dice San Pablo, se abajó hasta ser como nada.

Dios ama la humildad y no acepta los corazones en que no encuentra esa virtud, los corazones en los que en lugar de ver reflejado su divino rostro, ve la imagen de un mero hombre. Y por eso Cristo dice "aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 28). No dice aprended de Mí, que hago milagros, que poseo todo el conocimiento, que lo puedo todo; pues Dios no nos deja de amar porque no hagamos milagros, o porque no seamos sabios, o porque no seamos capaces de muchas cosas. Lo que Dios aborrece, lo que odia, es que seamos orgullosos.

Queridos hermanos, para comprender qué es la humildad, conviene meditar acerca de la respuesta que dio la Virgen Santísima al ángel que la invitó a subir a la mayor altura en la que una pura criatura pudo ser puesta, la de Madre de Dios: "he aquí a la esclava del Señor". Si la humildad que hay en esas palabras fuera nuestra respuesta constante ante Dios, ciertamente salvaríamos nuestras almas y alcanzaríamos la verdadera santidad.

Y con estas palabras de su canto llamado el Magníficat, Ella no hace sino reiterar esa idea de Cristo: "el que se eleva será rebajado y el que se rebaja será elevado"…"porque ha mirado la humildad de su esclava, por eso todas las generaciones me llamarán bienaventurada. Desplegó el poder de su brazo y dispersó a los que se ensoberbecen en sus pensamientos. Derribó a los poderosos de sus tronos y elevó a los humildes. A los pobres llenó de bienes y despidió vacíos a los ricos".

Que por la intercesión de la Virgen Santísima, Dios nos dé siempre la humildad del publicano y nos libre siempre de la soberbia del fariseo.
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Fuente parcial: Verbum Vitae, Herrera Oria, BAC.