martes, 20 de agosto de 2013

ANÉCDOTAS DE SAN PÍO X






No teme a los hombres

El catorce de marzo, cumpleaños del rey Hum­berto, todas las autoridades civiles y militares de Mantua, acostumbraban ir a la catedral, para una ceremonia de acción de gracias y luego concurrían a la sinagoga para otro acto semejante. El hecho llamaba la atención y era ocasión de escándalo. Los Obispos anteriores a Mons. Sarto habían protes­tado pero inútilmente.

En 1889 Mons. Sarto decidió tomar una re­solución enérgica; hizo saber a los magistrados que si después de la ceremonia en la catedral, tenían determinado, como de costumbre, ir al tem­plo de los israelitas, él se vería obligado a no recibirlos en la catedral.

El Prefecto de la ciudad escribió a Roma y la ceremonia de la sinagoga fue suspendida, dijeron por orden del gobierno.



La venganza de un santo

Un malvado comerciante de Mantua hizo imprimir y repartir profusamente un libelo infamatorio contra Mons. Sarto.

Este no tardó mucho en llegar a conocer quién era el autor. A quien le instaba para que lo denunciara, a las autoridades competentes, para tutelar su buen nombre, respondía con su acostumbrada mansedumbre:

—Ese pobre desdichado tiene más necesidad de oraciones que de castigos.

Poco tiempo después, un revés de fortuna precipita en la ruina al miserable. Los acreedores se ensañan con él, acusándolo de quiebra fraudulenta El infeliz al verse perdido, recurre a los parientes y a los amigos, en busca de algún socorro. Todo inútil.

El Obispo difamado y ofendido llega a saber el triste suceso, y haciendo llamar a una piadosa y caritativa señora, le dice:

—Id a visitar a la esposa de ese pobre desgraciado y entregadle este dinero; pero, os lo ruego, no le digáis que soy yo que se lo manda. Si acaso la señora insiste en querer saber quién os envía, decidle que es la más caritativa de las señoras, la Virgen del Perpetuo Socorro.

Así se vengaría, el Obispo Sarto.



Intuición práctica

En una audiencia a los Cardenales, el Papa había preguntado:

— ¿Cuál es Actualmente la cosa más importante para la salvación de la sociedad?

—Abrir muchas escuelas — dijo uno.

 —Multiplicar las iglesias — agregó otro.

--Fomentar las vocaciones eclesiásticas ;— respondió un tercero.

—No, — continuó Pío X, — lo que en la actualidad es más necesario, es contar con un grupo de laicos, virtuosos, iluminados, resueltos y apóstoles de verdad.



Como el sol

Cierta vez se le hizo observar al Papa que recibía a demasiada gente y sin tener en cuenta muchos requisitos, y que cierto individuo a quien recientemente había dado audiencia, era indigno de su bendición. Pío X respondió:
         
-¿Acaso el sol se contamina cuando posa sus rayos sobre las inmundicias!? Son precisamente los indignos quienes tienen mayor necesidad de mis bendiciones.



Testamento de un santo

Jesucristo nos dio ejemplo de pobreza absoluta y su siervo fidelísimo Pío X se esforzó durante toda su vida por imitar en todo lo posible al Divino Modelo.

Las breves páginas de su testamento comenzaban: “Después de invocar el auxilio divino y la intercesión de la Virgen Inmaculada y de S. José, confiando en la divina Misericordia para el perdón de mis culpas, extiendo el acta de mi última voluntad”.

Y resumamos toda el alma del gran Pontífice con las últimas frases:

"Nacido en la pobreza, habiendo vivido pobre y seguro de morir pobre, siento profundamente no poder retribuir a tantos que me prestaron exquisitos favores, en Mantua,, en Venecia, en Roma, y no pudiendo darles muestra alguna de mi agradecimiento, ruego a Dios que los recompense con las mejores gracias”.