domingo, 4 de noviembre de 2012

CUANDO LA OBEDIENCIA SE HACE LA VERDAD


¿Cuál es el principio de fondo que opone a los católicos de la Tradición con los católicos más conciliadores, que reclaman el Motu Proprio “Ecclesia Dei” que transigen sobre la liturgia, o que se ubican en una perspectiva simplemente conservadora?

Hay una actitud bastante difundida actualmente en el ámbito conservador de la Iglesia, que consiste en aceptar todo (o por lo menos mucho) por “espíritu de sumisión” y “por dolorismo”. Dicha actitud se puede resumir en dos principios:

-“la obediencia es la verdad”.

-“sufrir es siempre merecer”.

“Así, por el solo hecho de que obedezco a los hombres de Iglesia, estoy en la verdad. Y si sufro por eso, participo forzosamente de la cruz de Cristo, y entonces merezco para mí mismo y para la Iglesia. Así dicen estos ‘conservadores’”.

Aquí hay enormes sofismas:

-La autoridad eclesial favorece o tolera el mal en la Iglesia. Este mal, puesto que viene de la autoridad, se hace ipso facto la verdad; si adopto ese mal por obediencia, estoy ipso facto en la verdad de Cristo.

-Como estoy interiormente opuesto a ese mal, sufro profundamente al adoptarlo por obediencia; con el sufrimiento, al ser por sí mismo redentor, trabajo por la edificación de la Iglesia. Brevemente: cuanto más destruyo la Iglesia (propagando el mal en ella), más la edifico (por mi sufrimiento).

Nuestra posición teórica y práctica de católicos tradicionalistas es diferente, y se apoya sobre dos principios opuestos:

-la verdad precede a la obediencia y la funda,

-el mal, en cuanto tal, no produce jamás más que mal, y nunca el bien.

Aceptar las innovaciones malas es participar directamente de la destrucción de la Iglesia, y esto nunca está permitido, jamás es meritorio, jamás es fructífero.
Además, no existe ni puede existir ninguna obediencia legítima contra la fe o que importe su disminución.
Finalmente, el sufrimiento debido al pecado, al error o a la tontería no es para nada meritorio por sí mismo.
Monseñor Lefebvre caracterizaba esas opiniones con la fuerte pero realista expresión de “el golpe maestro de Satanás”. Ese golpe lo reducía a tres principios:

-“Difundir por la autoridad de la Iglesia misma, los principios revolucionarios que el mismo Satanás introdujo en la Iglesia”.

-“La Iglesia se va a destruir a sí misma por la vía de la obediencia”.

-“Satanás logró hacer condenar a aquellos que guardan la fe católica por los mismos que tendrían que defenderla y propagarla”.

Concluía estas palabras del 13 de mayo de 1974 con una afirmación esencial, que constituye como un principio de división entre esos conservadores y nosotros:

Hay aquí palabras que a algunos les parecerán ultrajantes de la autoridad. Son, por el contrario, las únicas que protegen la autoridad y verdaderamente la reconocen, pues la autoridad no puede ser sino para la verdad y el bien, y no para el error y el vicio”.

Padre Michael Beaumont, Fideliter nº 129 y Iesus Christus nº 65, Septiembre/Octubre de 1999.